El domingo, lo que resta para el desenlace de la sucesión presidencial en México se jugó en dos cartas: la llamada ‘Marea rosa’ y el tercer debate presidencial. Estamos a dos semanas de saber el resultado y es ahora cuando conviene hacer una reflexión sobre las dos interpretaciones que sirvieron de punto de partida a la contienda electoral.
El segundo debate presidencial nos ha dejado enseñanzas muy importantes. Como todo ejercicio democrático, deja al descubierto aciertos y errores de los candidatos, así como algunas perspectivas que indican por dónde podrían transitar las cosas o de plano amplían el horizonte de la sucesión presidencial. Es verdad que el resultado no se decide en un debate, pero tampoco resulta irrelevante. El simple hecho de que los que se sienten perdedores salgan de inmediato a difundir encuestas que registran la insignificancia del impacto, es señal precisamente de su peso específico.
Luego de la publicación de unas entrevistas hechas a Enrique Peña Nieto, se han generado muchas especulaciones. Pero, ¿qué hay detrás de esto? ¿Realmente está en ciernes un pacto para configurar una nueva ‘Familia revolucionaria’, como la que imperó durante la época dorada del partido creado por Plutarco Elías Calles? ¿Para quién va dirigido el mensaje del expresidente? ¿Con quién pretende negociar y cuál sería el precio?
El primer debate presidencial no quedó resuelto del todo el domingo. Ahora viene el posdebate y, al margen de cómo se salde, es un buen momento para repensar los debates, sobre todo los presidenciales. ¿Tienen claro las dos candidatas lo que sería la victoria para cada una de ellas en los tres encuentros pactados? En mi opinión, la actual sucesión presidencial es la elección de los despojados y quien entienda mejor cómo debe conducirse hasta el final, tendrá más posibilidades de ganar el 2 de junio.
El conflicto diplomático entre México y Ecuador ha llegado a niveles que no debieron darse. No se justifica el modo en que irrumpieron en la embajada mexicana en Quito, pero también hay que reconocer que le antecedieron las temerarias especulaciones de López Obrador sobre las pasadas elecciones ecuatorianas. La crisis entre ambos países tendrá múltiples efectos y uno de ellos será en la dinámica del debate presidencial en México, pactado para el domingo.
La reaparición de Manlio Fabio Beltrones tiene pinta de ser algo más que un retorno al Senado. El contexto indica que se trata de resolver el escenario que viene y no de una curul. A la par de la elección presidencial y de las demás elecciones concurrentes, México ha entrado en una situación muy delicada que tiene que ver con la violencia delictiva, el déficit en la impartición de justicia y la estabilidad del país. Gane quien gane la Presidencia, tendrá enfrente una situación complicada en materia económica y una inseguridad rampante. ¿Quién se va a hacer cargo de eso? Estamos presenciando las maniobras de poderes fácticos que buscan responder a esa pregunta.
Las precampañas están terminando en punto álgido y eso es bueno, porque lo peor que puede pasar en un proceso electoral es que sea ‘plano’ y no despierte el interés de la gente. Luego del cierre de Xóchitl Gálvez el domingo en Ciudad de México, se abre la incógnita sobre cómo será el de Claudia Sheinbaum el jueves. El de la primera fue un golpe certero tanto al presidente como a la candidata oficialista, adueñándose, al menos en lo inmediato, de la narrativa pública. ¿Cómo le va a responder su contrincante, sin que signifique un distanciamiento de su mentor?
El próximo 2 de junio, habrá elecciones concurrentes en México. Es mucho lo que está en juego: Presidencia de la República, Congreso de la Unión, gubernaturas, poderes legislativos locales y alcaldías. Cada una tiene su propio escenario, pero son las dos primeras las que acaparan más atención. Si nos atenemos a que una elección se gana con votos, debemos admitir que la sucesión presidencial es eminentemente pragmática. ¿Qué significa eso? Si respondemos acertadamente, aumentarán sustancialmente las posibilidades de ganar.
En los últimos días del año se va perfilando mejor lo que será el desenlace de la sucesión presidencial de 2024. Para nadie será un día de campo y hay claras señales de que el índice de aprobación ciudadana del presidente podría no bastar para asegurar el triunfo de su candidata. ¿Lo podrá capitalizar Xóchitl Gálvez? Hasta ahora, tiene pendiente replantear algunos aspectos de su estrategia de campaña. Mientras tanto, campea la escalada desestabilizadora de instituciones, el forcejeo y los ajustes de cuentas, en un contexto donde aumenta peligrosamente la acción delictiva.
La situación que prevalece en el escenario político de Nuevo León es calificado como de ingobernabilidad. Lo que parecía ser una maniobra para dividir el voto opositor en las elecciones del año que viene, terminó convirtiéndose en una crisis entre poderes y la pretendida candidatura presidencial de Samuel García naufragó. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias tanto locales como en la sucesión presidencial? Esa es una pregunta acuciante.
Insertada en la oleada autoritaria de las dos primeras décadas del siglo XXI, la sucesión presidencial en México ha entrado en una fase que podría desembocar en rupturas. Como en toda lucha por el poder, diversas facciones compiten, mientras está en ciernes la implantación de un nuevo Maximato.
Una vez más, México experimentó el inicio de una sucesión presidencial adelantada. La competencia empezó sin que se hubiera iniciado el proceso que marca la ley. Llevamos varias elecciones presidenciales iniciadas antes de tiempo, pero la que hemos presenciamos reviste una importancia especial: por primera vez las dos opciones más fuertes son mujeres. De seguir así, en 2024 habría que decidir cuál de las dos gobernará al país. Para algunos, Andrés Manuel pretende un nuevo Maximato, pero la irrupción de Xóchitl Gálvez podría estropearle los planes. El futuro no está decidido a favor de nadie y todo dependerá de la estrategia y la hoja de ruta que siga cada aspirante.