Vie. Nov 22nd, 2024

Si de transformaciones hablamos… – Roberto Carlos Pavón Carreón

La lógica es una de las ciencias y artes que decaen y se ignoran en programas educativos mediocres y eso es normal desde el fin de la Revolución Industrial: se ha pretendido crear seres humanos, corrijo, obreros que produzcan, no que piensen. Esta ciencia, quitada de la vista con ahínco por parte de muchos gobiernos en la educación gradualmente junto con otras artes y estudios vitales para

Roberto Carlos Pavón Carreón

Profesor y traductor de árabe, hebreo, sánscrito, chino, entre varias lenguas

Twitter: @Aqarib

La lógica es una de las ciencias y artes que decaen y se ignoran en programas educativos mediocres y eso es  normal desde el fin de la Revolución Industrial: se ha pretendido crear seres humanos, corrijo, obreros que produzcan, no que piensen. Esta ciencia, quitada de la vista con ahínco por parte de muchos gobiernos en la educación gradualmente junto con otras artes y estudios vitales para ser mejores ciudadanos, tiene por objeto hacer que nuestros pensamientos sean razonados con el fin de que sean correctos. En cuanto al lenguaje, se debe evitar caer en ambigüedades al expresarse haciendo que los contenidos semánticos sean precisos, correctos o que mínimamente y sin teorías rebuscadas evoque al sentido común. Ya ello formaliza el lenguaje, lo argumenta y depura.

Analicemos a detalle un vocablo interesante: transformación. Esta palabra es de origen latino, derivada de dos términos trans que es una preposición que rige acusativo, cuyo significado es ‘a través de’, ‘de la otra parte’ o ‘del otro lado’; así como del sustantivo femenino forma que implica, entre varias acepciones, un modo de disponer o hacer uso de una cosa. Así pues puede entenderse como el paso de un punto a otro de manera que el origen sea radicalmente distinto al destino.

Este vocablo es desde hace unos meses en varios rubros muy invocado. Se alude sobre todo ante un profundo cambio real en lo que nuestro país es ya, según la visión gubernamental mencionando que es una consecuencia imperiosa tras la debacle terrible y general de un sexenio “pletórico” en despojos, ignorancia, corrupción y complicidad. Urgía un cambio profundo ante el hartazgo no sólo de la ineptitud de gobiernos anteriores, sino de su voracidad donde el pueblo era lo que menos importo al partido hegemónico que “gobernó” el país durante tantas décadas, descansando doce años con su mejor aliado blanquiazul que nada hizo a pesar de tener la oportunidad de realizar una transformación que convocara a la unidad y la apremiante depuración de un Estado podrido. Sabemos ya que no hicieron nada.

Así pues, se evocaron “transformaciones” previas en México. La “primera” pasar de depender de España hasta 1821 a depender de Estados Unidos como su semi-colonia o patio trasero a la fecha con un lacallismo tan servil cuyo mayor ‘impacto’ es tenerle r e s p e t o, al vecino del norte. La “segunda”, donde el gobierno juarista se interesó por darle formalidad legal al Estado, así como cierta legislación nacional positivista a nuestras leyes en una Carta Magna que no fue depurada para mayores efectos ni en 1910, un gobierno que estuvo dispuesto a ganar la guerra de Reforma a toda costa, con las posibles consecuencias ante el Tratado McLane-Ocampo. Y ya en 1911 concluía el Porfiriato, para iniciar una masacre nacional donde se pierde el 10% de la población del país en nombre de una Revolución donde sólo se instauró la dictadura perfecta… Esa fue, la “tercera” transformación radical social en este México ya bicentenario.

¿Qué tienen en común esas transformaciones que al Estado tanto enorgullecen plasmando en libros de texto hechos a modo sexenio tras sexenio según el gusto de la élite en turno sin importar partido? Que son transformaciones del Estado que empeoran la institución de periodo en periodo. No lo depuran, lo envilecen, lo abaratan, debilitan y permiten la torpeza y le crimen a todos niveles con más tumoración.

Embelesados tantos ante el hecho del cambio radical de partido y sus métodos, no se percatan que tan ensalzadas transformaciones no hicieron más que dañar al pueblo una tras otra muy a pesar de los ideales independentistas, juaristas o revolucionarios. La pugna entre realistas e independentistas, la de los conservadores y liberales, entre revolucionarios y… revolucionarios es prácticamente la misma que hay hoy entre quienes se oponen al gobierno actual como a quienes con fervor religioso lo alaban. Esta es pues, la cuarta. Más de lo mismo.

No es el punto llegar a una crítica feroz  y sin sentido ante un gobierno neonato. Bástele al lector con sentido común analizar a fondo lo poco (en calidad, pues la historia nos dará más respuestas) que ha hecho el partido en turno y cómo llega este al poder ante las variopintas ideas de su líder.

Sí, hay que dar el beneficio de la duda, es un gobierno neonato (y paradójicamente vetusto, pues recoge el cascajo de lo que sexenios anteriores fueron). Mas reitero, basta analizar a conciencia sin dejarse llevar por fake news ni posverdades, basta escuchar al gobierno y a su ridícula oposición (en tamaño y “argumentos”). Su mayor orgullo es autoproclarmarse como la Cuarta Transformación, pero ¿Es en verdad lo que queremos los mexicanos a sabiendas de lo que nos han traído de fondo las anteriores 3?

Si desean en verdad los “nuevos” modificar sustancialmente al Estado mexicano, que se haga un cambio social, no transformaciones re-cargadas, que no sea este sexenio una mera lucha entre autobots y decepticons. Todos podemos hacer que México sea mejor, busquemos una Reforma Educativa efectiva, donde las Humanidades sean tomadas en serio en todos los niveles de la educación. Que las transformaciones no sean meras metamorfosis como las descritas por Apuleyo evocando al sexenio anterior, ni que sean como las narradas por Ovidio. Debemos reconstruir un país con todo y las diferencias.

Recuperarnos es urgente, como recuperar la memoria, esa que no nos haga caer de nuevo en ninguna transformación extra, pues la mayoría de las transformaciones son alteraciones nada agradables a ese punto de destino, y el proceso es bastante doloroso. Educación, no es panacea, pero sí remedio de tantos y penosos males.