Vie. Nov 22nd, 2024

Reflexión sobre el humanismo en tiempos de crisis – Juvenal Cruz Vega

Se dice que antaño no se mencionaba tanto al hombre, pero se le respetaba más. Algo así pasa con el humanismo, que ha sido usado como parte de un discurso y nada más, sobre todo de carácter político o para justificar una determinada forma de ver la vida y no faltan los animadores que igualmente se valen de ella para sus fines. Pero, ¿qué es el verdadero humanismo? ¿Tiene un solo sentido? ¿Cuáles son sus raíces? ¿Existe todavía un humanismo cristiano en México? El maestro Juvenal Cruz Vega trata de responder a todas esas preguntas en este interesante artículo.

Del humanismo clásico y cristiano al humanismo mexicano

Juvenal Cruz Vega

Director

Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz

En las últimas disertaciones que he venido elaborando y dictando en instituciones públicas y privadas, y también en conversaciones en los medios de comunicación, se me ha cuestionado sobre algunos significados del humanismo y sobre las relaciones semánticas de la palabra humanismo. Incluso hasta en forma de murmuración y algunos hasta de burla se me ha referido, al ver que la mayor parte de instituciones, religiones, partidos políticos, líderes, conferenciantes, etnias, pueblos y naciones se declaran “ex cátedra”, “humanistas”, lo sean o no.

¿Qué es, pues, el humanismo? Es una palabra tan añeja como el mismo hombre: clásica, medieval, renacentista, moderna y posmoderna; griega, latina, europea, latinoamericana, prehispánica, mexicana, y popular a través del discurso político, tan repetido en la oratoria en tiempos de elecciones y de reuniones masivas.

Viaja la cultura, no se está quieta, por tres siglos funda sus cuarteles en Atenas; por otros tres siglos en Alejandría; madura por otros cinco en Roma; ocho reposa en Constantinopla. Y al cabo se difunde por el Occidente europeo, para después cruzar los mares en espera de la “hora de América”, hoy más apremiante que nunca

Alfonso Reyes Ochoa

Así, pues, el humanismo es una palabra mundial, cotidiana, rica en significado, en vida, propuestas, valores, conocimientos, instituciones, pueblos y naciones. Es una palabra culta, y desde aquí comienza el lenguaje aludido en esta disertación.

Sin duda, la diacronía y la sincronía del humanismo mexicano nos ha reenviado a las escuelas y a las fuentes de la tradición humanística en sus vertientes concretas, desde el México contemporáneo, la Reforma, la Nueva España, el Concilio de Trento, el Renacimiento, Constantinopla o la escuela medieval y escolástica, la latinidad o humanitas, la helenidad de Alejandría, hasta la paidéia en la época de oro de Atenas, y si se puede más allá de nuestras posibilidades históricas y culturales, mejor aún.

La frase inmortal del trágico romano Terencio Afer vuelve a resonar en las aulas de nuestras escuelas y en los micrófonos de la radio y la televisión, en las conferencias y en los foros, coloquios, convivia, banquetes, simposios y congresos: Homo sum, humani nihil a me alienum puto. (Hombre soy, y pienso que nada de lo humano es ajeno para mí).

Alfonso Reyes Ochoa, uno de los pilares del humanismo mexicano

De una manera sucinta lo recuerda con tanta belleza el poeta mexicano Alfonso Reyes Ochoa al escribir: “Viaja la cultura, no se está quieta, por tres siglos funda sus cuarteles en Atenas; por otros tres siglos en Alejandría; madura por otros cinco en Roma; ocho reposa en Constantinopla. Y al cabo se difunde por el Occidente europeo, para después cruzar los mares en espera de la “hora de América”, hoy más apremiante que nunca” (La crítica de la edad ateniense (600 a 300 a. C.), Alfonso Reyes Ochoa, 1941, en Obras Completas, Vol. XIII, FCE, México, 1961. También véase: Por amor al griego, la nación europea, señorío humanista, siglos XIV-XVII, Jacques Lafaye, FCE, México, 2005, p. 21.).

Sin duda, todo proyecto del humanismo debe poseer mucho del humanismo histórico que comienza, como dije arriba, con la paideia, la humanitas, la schola y lo que se llama originalmente humanismo a partir del Renacimiento. Por eso una de sus fuentes primarias es la tradición que implica varios elementos: lengua, cultura, religión, literatura, géneros literarios, escuela, ideario, maestro, discípulo, valores, virtudes, pensamientos, arte, educación, comunicación, enseñanza, aprendizaje, etcétera.

A partir de ese momento el ser humano se convierte en imagen de Dios, tiene aire de familia divina. ¿Para qué? Para que quien vea al hombre pueda imaginar analógicamente a Dios. Para que quien piense en Dios pueda pensarlo a través del hombre

Carlos Díaz

Un humanista que se exprese de esta forma debe ser un humanista bien formado y radical. Porque va a la raíz de la palabra, porque es un buscador de raíces, pues hallando la raíz todo tiene sentido y salvación. Así es, con la raíz todo se reconstruye; y no se trata pues, de un radicalismo en sentido despectivo y politizado, sino de una reflexión profunda que lleve el sello de un fenomenólogo, al ir a las cosas mismas, al fondo de los problemas, buscando la profundización y el análisis de las cosas mismas. Como dice el filósofo español Carlos Díaz: “Soy diferente al filósofo de academia, al ratón de biblioteca, que sólo sabe hablar con cuatro colegas de cuatro arcanos, propios de su especialidad. No soy así”.

Carlos Díaz, hay que ir a la raíz

Así, pues, conforme al esquema del humanismo que he venido trazando a partir de la reflexión de algunos autores eje de la tradición, sobre todo, del evangelista san Lucas (Lc. 2, 39-52) y del escritor romano Aulo Gelio (Noches Áticas, Aulo Gelio, XIII, 17, 1-3.) presento brevemente tres niveles del humanismo: filantropía, sabiduría y virtud.

El humanismo vuelve cada vez más fuerte. A pesar de las críticas de Heidegger en su Carta sobre el humanismo, discípulos suyos, como Ernesto Grassi, se han opuesto al maestro. Se ve la necesidad de un nuevo humanismo. Desde mi perspectiva filosófica, tiene que ser un humanismo analógico, que no vaya contra la ciencia-técnica, pero que rescate los valores más altos del ser humano, que es lo que ahora nos hace tanta falta

Mauricio Beuchot Puente

La filantropía, además de una cierta bondad y una benevolencia común entre todos los hombres, es una misericordia a los pobres olvidados, abandonados, incomprendidos y mal aprovechados. Es una sabiduría viva que se trasmite de persona a persona, de tu a yo y de yo a tu, para que los valores se hagan un nosotros. Esa sabiduría es la helikía de la que hablan los siete sabios de Grecia, de la que habla san Lucas cuando se refiere al crecimiento de Jesús, es la aetas de la que vierte san Jerónimo en la Vulgata, es la sabiduría que se asimila con la edad a través del crecimiento y del progreso en la casa y en la familia, en la cual los maestros son los padres y los discípulos son los hijos. De una forma muy sencilla, el humanismo como filantropía se resume del siguiente modo: “En la casa se aprende a saludar, dar gracias, ser limpio, ser honesto, ser puntual, ser correcto, hablar bien, no decir peladeces, respetar a los semejantes, ser solidarios, comer con la boca cerrada, no robar, no mentir, cuidar la propiedad personal y la ajena, ser organizado.

En suma: ser hogareño, cuidar a la familia y educarla lo mejor que se pueda”. En esto fueron ejemplares los griegos en tiempos de Sócrates y Pericles, los romanos en tiempos de Domiciano y Marco Fabio Quintiliano y los cristianos de los primeros siglos. Pues allí le dieron mucha importancia a la formación que se daba en la casa, veamos un texto de Quintiliano: “De nato filio pater spem optimam capiat: ita diligens ab initio erit. Nam sicut aves ad volatum, equi ad cursum, ferae ad  saevitiam nascuntur, ita homines ad agendum atque ad cognoscendum nati sunt, unde origo animi caelestis apparet. Primum puer parentes ac familiares audiet, horum verba atque mores effingere imitando temptabit. Natura vero semper tenebimus quae a pueritia atque adulescentia percepimus: ut primus sapor in novis vasibus durat atque primi lanarum colores numquam mutantur. In parentibus maxima eruditio sit. Nec de patribus tantum dico: nam Gracchorum eloquentiae multum sua eruditione praebuit Cornelia mater”. “Nacido el hijo, que su padre ponga su mayor esperanza. Y así tendrá atención desde el principio. Pues, así como las aves nacen para volar, los caballos para correr y las fieras para la crueldad; de este modo los hombres nacieron para actuar y para aprender, de donde el origen del alma es divino. En primer lugar, el niño escuchará a sus padres y familiares, tratará de copiar sus palabras y sus costumbres, imitándolos. No obstante, siempre vamos a retener por naturaleza, lo que hemos percibido a través de infancia y la adolescencia: pues como dura el primer sabor en las vajillas nuevas y los primeros colores de la lana jamás se retiñen. Por tanto, en los padres se hallaría la más grande formación posible, y no hablo solamente de los padres, pues Cornelia, madre contribuyó en gran medida a la elocuencia de los Gracos con su estricta formación”. (Inst. 1,1,1-6).

 En cambio, el humanismo como erudición es la sabiduría o el conocimiento de la escuela que viene a profundizar mayormente a la filantropía. Es el estudio, la sophía, la sapientia y la ciencia. El humanismo clásico, cristiano y mexicano tiene el privilegio de acudir a la formación de las lenguas clásicas, de las lenguas modernas y de la filosofía. Con todo, puede hacerse un humanismo integral, porque reintegra la actividad humana a la actividad intelectual, y la filantropía deja de ser un simple altruismo o un amor al hombre abstracto y empobrecido. El estudio le da mayor reflexión y entonces el humanismo se vuelve una praxis y una teoría recíproca.

De una manera sucinta se trata del humanismo que se adquiere en la escuela, donde se aprende a leer y a escribir. Se estudia matemáticas, español, música, ciencias, humanidades, ciencias sociales, educación cívica y ética, lenguas clásicas, originarias y lenguas modernas. Si se puede se estudian los valores como el antiquísimo trivium y quadrivium, donde se reviven los principios del humanismo histórico: el amor a la patria, el amor a Dios y el amor al hombre. De este modo, se refuerzan los valores que los padres de familia nos han transmitido de generación en generación. Aquí es aleccionador Aulo Gelio cuando escribe: “Dicitur et significat dexteritatem quandam benivolentiamque erga omnis homines promiscam, sed humanitatem appellaverunt id propemodum quod Graeci παιδείαν vocant, nos eruditionem institutionemque in bonas artes dicimus. Quas qui sinceriter percupiunt adpetuntque hi sunt vel maxime humanissimi. Huius enim scientiae cura et disciplina ex universis animantibus uni homini data est idcircoque humanitas appellata est” (Noches Áticas, Aulo Gelio, XIII, 17, 1-3. Quienes inventaron la lengua latina y quienes se sirvieron de ella perfectamente, no quisieron que la humanitas fuera eso que el vulgo piensa, lo cual ha sido llamado por los griegos philantropía, y que significa una cierta bondad y una benevolencia común entre todos los hombres, no obstante, llamaron humanitas aproximadamente a eso que los griegos llaman paidéia, y nosotros llamamos formación y educación en las buenas artes. Sinceramente, quienes buscan con afán las artes, estos son los más humanos, pues el afán y el conocimiento de esta ciencia han sido dados solamente al hombre de entre todos los seres animados, y por esta razón se ha llamado humanitas).

Visto así, el humanismo clásico, cristiano y mexicano lleva consigo una seria axiología, fundada en la filosofía del hombre, en la metafísica y en la filosofía de Dios. El valor de la persona y el valor del amor que sostiene el núcleo de su pensamiento, le da un sesgo eminentemente profético, porque los valores si son humanos y universales, han de ser trascendentes y nunca conocerán la decadencia. Un hombre reformado con esta actitud tiene un carácter profético, porque es un defensor del hombre y de los valores superiores de la humanidad, y que en otro tiempo han defendido las culturas avanzadas. De otra forma, anuncia la buena nueva y la liberación a los hombres; pero también, denuncia el mal y el error donde quiera que se encuentren.

Juvenal Cruz Vega

El filósofo mexicano Mauricio Beuchot con su ejemplo y su aportación nos obsequia dos fragmentos que pueden embellecer esta parte del humanismo: “Estudié la primaria en la Escuela Carlos Pereira, de los padres jesuitas, en mi ciudad natal. Después entré al seminario Alfonso María de Ligorio, de los padres redentoristas, en San Luis Potosí. Allí estudié el equivalente a la secundaria y la preparatoria. Era en humanidades clásicas, es decir, se nos insistía mucho en las lenguas, la literatura y la historia. Estudiábamos mucho español, latín, griego, inglés y francés. Hacíamos ya desde entonces traducción del latín, sobre todo a Cicerón, Fedro, César y Virgilio. Del griego traducíamos el evangelio de San Lucas y algunos diálogos de Platón”.

 “El humanismo vuelve cada vez más fuerte. A pesar de las críticas de Heidegger en su Carta sobre el humanismo, discípulos suyos, como Ernesto Grassi, se han opuesto al maestro. Se ve la necesidad de un nuevo humanismo. Desde mi perspectiva filosófica, tiene que ser un humanismo analógico, que no vaya contra la ciencia-técnica, pero que rescate los valores más altos del ser humano, que es lo que ahora nos hace tanta falta”.

La sabiduría divina no viene a contradecir las dos partes anteriores, mejor aún, viene a darles plenitud. Porque el hombre no está aislado, no sólo es existencia, vivencia, un ente biológico o un ser pensante que perfecciona su sabiduría en la escuela a través de la erudición. Es lo más perfecto que hay en la naturaleza, es imagen de Dios, porque tan infinitamente regalador es Dios, que decide tomarse a sí mismo como modelo para crear al hombre, a fin de que éste se parezca a Él y de este modo conferirle la máxima dignidad y honra. Dios se regala a sí mismo. Hay un hermoso fragmento de Carlos Díaz al respecto: “A partir de ese momento el ser humano se convierte en imagen de Dios, tiene aire de familia divina. ¿Para qué? Para que quien vea al hombre pueda imaginar analógicamente a Dios. Para que quien piense en Dios pueda pensarlo a través del hombre”.

De una manera sucinta se trata del humanismo que se adquiere en el templo, donde se aprende a dar gracias Dios, a amar a Dios y al prójimo, a respetar y santificar a los padres, a santificar y a darle prioridad a la familia. Aquí se estudia la formación humana, la educación en la fe, la formación espiritual. Aquí tienen sentido las cuatro áreas de formación de la historia del humanismo clásico y cristiano: la formación humana, patriótica, académica y espiritual. Todo con alegría como advierte el apóstol Pablo, cuando dice: “en todo les he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a los débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús que dijo: pues hay mayor felicidad en dar que en recibir”. (Hech. 20,35).

El dicho “de poquito en poquito se llena el jarrito” puede tener aplicación con un ejemplo aludido por el Papa Juan Pablo II: “Quien sepa santiguarse, que le enseñe al que no lo sabe” (Mensaje del 9 de mayo de 1990, Durango, México). De este modo se puede ir adquiriendo la sabiduría, pues aludiendo a otro dicho podemos decir: “no hay hombre tan sabio que no tenga algo qué aprender de los demás, y no hay hombre tan tonto que no tenga algo qué enseñar a los demás”.

El Maestro Juvenal Cruz Vega con el Dr. Arturo Mota Rodríguez en el V Coloquio Internacional de humanismo, humanidades y hermenéutica, celebrado en la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz.

De este modo la enseñanza de Jesús tendrá cumplimiento al transmitirse de generación en generación, tal como había escrito el evangelista Mateo: “Πορευθέντες οὖν μαθητεύσατε πάντα τὰ ἔθνη, βαπτίζοντες αὐτοὺς εἰς τὸ ὄνομα τοῦ πατρὸς καὶ τοῦ υἱοῦ καὶ τοῦ ἁγίου πνεúματος διδάσκοντες αὐτοὺς τηρεῖν πάντα ὅσα ἐνετειλάμην ὑμῖν· καὶ ἰδοὺ ἐγὼ μεθ’ ὑμῶν εἰμι πάσας τὰς ἡμέρας ἕως τῆς συντελεῖας τοῦ αἰῶνος”. (Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a guardar todo lo que yo les he enseñado, he aquí que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo). Mt. 28,18-20.

Visto así, el humanismo clásico, cristiano y mexicano lleva consigo una seria axiología, fundada en la filosofía del hombre, en la metafísica y en la filosofía de Dios. El valor de la persona y el valor del amor que sostiene el núcleo de su pensamiento, le da un sesgo eminentemente profético, porque los valores si son humanos y universales, han de ser trascendentes y nunca conocerán la decadencia. Un hombre reformado con esta actitud tiene un carácter profético, porque es un defensor del hombre y de los valores superiores de la humanidad, y que en otro tiempo han defendido las culturas avanzadas. De otra forma, anuncia la buena nueva y la liberación a los hombres; pero también, denuncia el mal y el error donde quiera que se encuentren. En sentido positivo, es un mensajero que va corriendo por las montañas, anunciando la buena nueva, pues, a decir verdad, esta expresión abarca todos los valores, como dice el doctor Justino Cortés Castellanos al referirse a los hombres que defienden los valores supremos en todas las culturas, y parafraseando al profeta Isaías: “Felices los que oyen a un mensajero que va corriendo de un lugar hacia otro, anunciando la liberación a los hombres”. (Isaías 52,7).