Desciframiento pictográfico del Catecismo de Fray Pedro de Gante (Prólogo) – Juvenal Cruz Vega
En 1986, José Ignacio Tellechea Idígoras escribió el prólogo de la tesis doctoral de Don Justino Cortés Castellanos. Ha sido uno de los más importantes que se hayan publicado sobre temas similares, además de poseer un indiscutible valor literario. El padre Tellechea pertenecía a esos investigadores que no sólo son sabios, sino que también saben decir las cosas. El maestro Juvenal Cruz Vega publica dicho prólogo con un comentario previo.
Prólogo del doctor J. Ignacio Tellechea Idígoras a la tesis doctoral del padre Justino Cortés Castellanos: Desciframiento pictográfico del Catecismo de Fray Pedro de Gante. Fundación Española (Madrid, 1987)
Juvenal Cruz Vega
Director
Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz
Advertencia
En este artículo publicamos el prólogo de la tesis doctoral del padre Justino Cortés Castellanos, un bello prólogo que es de la pluma del prestigiado historiador, el doctor J. Ignacio Tellechea Idígoras, investigador de la Universidad Pontificia de Salamanca. Se trata de una tesis doctoral, única en su género, y de la cual, uno de los más notables investigadores hablaba con tanta pasión en los años noventa en la Universidad Pontificia de México, el Padre Jesuita Francisco Ramírez Meza, quien al escribir una reseña sobre la tesis doctoral de nuestro autor y al referirse a cada uno de los glifos que descifró, expresó bellamente: “El Padre Cortés tuvo la paciencia de estudiarlos y darnos su significado en esta obra que mereció la calificación SUMMA CUM LAUDE. Además, la misma Universidad Pontificia de Salamanca le concede por esta obra el PREMIO EXTRAORDINARIO FIN DE CARRERA de la Facultad de Teología. Así lo afirma el Secretario General José Sánchez Vaquero, quien rubrica su testimonio, el 19 de febrero 1985”.
Singularmente, siento una profunda emoción al publicar este prólogo que le ha encantado mucho a mi maestro, el doctor Justino Cortés Castellanos. Con esta emoción comparto la idea de que la finalidad de publicar algunos prólogos selectos de obras literarias, como ya lo he venido apuntando en los artículos recientes, tiene doble función: por un lado, sirve como base para los estudios de metodología, y puede ser útil para estudiantes y profesores que están aprendiendo a escribir un prólogo. Pues un prólogo es un escrito breve o mediamente largo, hecho por el mismo autor del libro o por otro autor, antepuesto a una obra literaria, de allí su etimología de la palabra griega πρόλογος, el cual a su vez se compone del adverbio o la preposición griega: πρό “antes de” y el sustantivo común λόγος, cuyos significados son: “palabra, pensamiento, disertación, escrito, libro”.
Pero también a través del prólogo de un buen autor se está conociendo una obra digna de mención que vale la pena ser leída y ser incluida dentro de la bibliografía de los estudios de filosofía, historia, ciencias humanas, ciencias sociales y la misma historiografía.
De qué trata la tesis doctoral de nuestro gran amigo y maestro, uno de los hombres más cultos de nuestra entidad. Yo mismo en una entrevista extensa e interesante que le hice al doctor Justino Cortés, también tuve esa inquietud. Por ello quiero transcribir y compartir la repuesta del mismo doctor, compartiendo la pregunta y respuesta al mismo tema.
Padre Justino Cortés, por todo lo que ya se sabe de sus escritos, usted realizó su tesis de doctorado en la Universidad Pontificia de Salamanca sobre el siguiente tema: “Catecismo en pictogramas de Fray Pedro de Gante. Estudio introductorio y desciframiento del Ms. Vit. 26-9 de la Biblioteca Nacional de Madrid”. Pero como el estudio es muy amplio, dígame por favor, ¿qué fue lo que trató en su investigación y qué motivos lo impulsaron a tal investigación?
Responderé brevemente con mi trabajo de investigación, titulado: El Catecismo en Pictogramas de Fray Pedro de Gante. De este Catecismo pictográfico únicamente consideré el aspecto fundamental de su desciframiento, acompañado del señalamiento de los puntos más sobresalientes de su contenido. Por tanto, no constituyen el objeto específico de esta investigación: ni el estudio exhaustivo de cada pictograma hasta llegar a sus elementos mínimos, tanto técnicos como de composición expresiva, ni el análisis detallado del contenido de cada uno de los pictogramas, ni el estudio comparativo entre este codicilo y los demás catecismos pictográficos que se guardan en diversas bibliotecas y colecciones del mundo, ni tampoco el estudio igualmente comparativo con otros catecismos, ya manuscritos, ya impresos de la época.
En su momento dado hice la justificación de la elección del tema del siguiente modo:
Cuatro motivos me movieron a emprender este trabajo: dos, de índole personal, y otros dos, de índole objetiva.
Primero hablaré de los motivos de índole personal:
a). Mi nacionalidad mexicana y afinidad con la raza indígena de mi pueblo con la que me liga una importante proximidad biosomática. Este hecho me impulsa a interesarme de modo especial a conocer mis propias raíces. Me considero un mexicano muy cercano a los actuales indios de mi pueblo, descendientes directos de aquellos otros indios para quienes fue elaborado este Catecismo en pictogramas.
b). Mi condición de sacerdote y, por consiguiente, el hombre de la Palabra, de la evangelización y de la catequesis; el hombre del diálogo intercultural.
Todo el conjunto de impresiones y experiencias sedimentadas en mí durante los años de infancia y adolescencia fueron removiéndose, agitándose y sugiriendo con renovados bríos en las etapas posteriores de mi vida sacerdotal al contacto con los indígenas de mi pueblo.
Las tareas pastorales que me fueron encomendadas en distintos niveles contribuyendo a desatar aquellos sedimentos. Comenzaron entonces a surgir muchos y graves interrogantes a la tarea pastoral de acercamientos de la fe a la cultura de mi pueblo. Siguieron momentos de reflexión y de búsqueda por mi parte, de numerosos intercambios con otros sacerdotes y catequistas a la búsqueda de un proyecto pastoral capaz de ser significativo en la cultura propia de nuestras gentes.
Finalmente hubo un acontecimiento que impulsó definitivamente este esfuerzo, esta reflexión. Fue el año 1978, durante mi estancia en el Instituto Internacional Lumen Vitae, cuando trataba de orientar mi memoria de licenciatura en teología catequética. Tuve la oportunidad de conocer a un sacerdote, venerable por su virtud y ciencia, el P. Lucien Ceyssens quien, al pedirle orientación sobre el tema a elegir, al saber que era sacerdote mexicano, me condujo a la biblioteca y archivo del convento franciscano de Sint-Truiden y allí me mostró una fotocopia de la Doctrina christiana en lengua mexicana de Fray Pedro de Gante y otra de su Catecismo en pictogramas, suponiendo que yo, como mexicano, conocía la lengua y los glifos correspondientes. Este estudio podría, a su juicio, constituir el objeto de una buena tesis de doctorado en Teología. Caí en la cuenta de mi ignorancia sobre ambos temas; un sentimiento de vergüenza se apoderó de mí por desconocer cosas que pertenecen a la cultura de mi pueblo: la lengua mexicana. Para mí fue como un desafío. Desde entonces nació en mí el deseo de conocer ambas cosas.
Me asechaba la duda del valor teológico catequético de un tema que en sí mismo ofrece a primera vista sólo una perspectiva histórica, lingüística y paleográfica. A la vez era consciente de la necesidad de abrir cauces en la teología catequética a la interdisciplinariedad. A partir de este momento el objeto de mi trabajo comenzó a ser para mí un reto al que tenía que responder. Era consciente que no podía espera pacientemente a que alguien hiciera el trabajo de desciframiento de este Catecismo. Yo mismo debería intentar realizarlo y así poder conocer personalmente y de modo originario el proyecto teológico y pastoral subyacente en los pictogramas del Catecismo que estudio.
A partir de aquí me entregué con mayor tesón al aprendizaje de la lengua mexicana clásica y del sistema glífico escriturístico mexicano, cuyo conocimiento me permitió, en gran parte, llegar a la traducción objetiva del texto. He de expresar en este momento mi gratitud al Instituto Superior de Ciencias Religiosas y Catequética de Madrid, donde he encontrado el apoyo, el estímulo y los medios adecuados para llevar a cabo mi propósito.
En segundo lugar hablaré de los motivos de índole objetiva:
La originalidad. Hay ausencia de estudios rigurosos del grandioso proyecto evangelizador de los primeros misioneros de México. Podría decirse que los vestigios que poseemos de la acción evangelizadora en la primera mitad del siglo XVI son propiamente dos: la religiosidad popular (cfr Medellín, 6.2; Puebla, 457) y algunos catecismos, tanto manuscritos como pictográficos; entre estos últimos se encuentra el Catecismo en pictogramas de Fray Pedro de Gante.
Ahora bien, este Catecismo hasta hoy no ha sido descifrado. Es cierto que tenemos el trabajo de Narciso Sentenach. Sin embargo, no se trata de un estudio de desciframiento científico, sino más bien de una interpretación donde prevalece la imaginación y el sentido común, como se verá con toda claridad en la segunda parte de nuestro estudio.
La importancia del tema. En la medida en que representa un conjunto de aportaciones interdisciplinares y, en cuanto tal, de relevancia para la reflexión y la práctica catequética actuales. En efecto, nuestra investigación aporta, si bien modestamente, una contribución: a la historia en general, porque da a conocer una de sus fuentes, aunque aparentemente insignificante; a la historia de la Iglesia, ya que presenta uno de los instrumentos privilegiados que utilizó en la tarea evangelizadora de México; a la teología, pues permite conocer el contenido de este Catecismo; a la antropología cultural, porque muestra una de las manifestaciones de la cultura precolombina y del alma de pueblo autóctono de entonces; a la pedagogía, pues presenta el uso sistemático del lenguaje total en la educación de la fe; tiene valor , sobre todo, para la historia de la catequesis, porque posibilita el descubrimiento del texto y de la pedagogía de un catecismo netamente misionero.
Prólogo del doctor J. Ignacio Tellechea Idígoras, profesor e investigador de la Universidad Pontificia de Salamanca
“… Quedando todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar lenguas extrañas, según que el Espíritu Santo les otorgaba expresarse”
Hch 2,4
Hace dos años, en una calurosa mañana de junio, tuve el gusto de participar en el Tribunal de tesis ante el que disertó el entonces doctorando D. Justino Cortes Castellanos. Mientras por las ventanas abiertas del recinto penetraban confusamente múltiples ruidos de la calle, el disertante iba desgranando el fruto de largos esfuerzos con voz templada y monótono acento mexicano, ante la sorpresa y la actitud discente del tribunal.
En aquella pequeña sala y ante pocas personas asumía patente oficial un auténtico hallazgo científico: el desciframiento definitivo de la escritura pictográfica en qué estaba redactando un pequeñísimo catecismo misionero de la primera mitad del siglo XVI. El padre Justino, cuyos rasgos fisionómicos delataban inconfundiblemente su procedencia de los aborígenes mexicanos, aunque disertaba en perfecto español, aireaba, casi más entre sus dedos que en sus manos, el ejemplar facsimilar de aquel catecismo editado hacía no mucho por el ministerio de Educación Español. Aquel minúsculo objeto de 7,7 por 5,3 había sido objeto de denotado estudio durante varios años.
Inmediatamente después tuve que participar en la Junta de Patronato de la Fundación Universitaria Española. Como en ella se plantease la conveniencia de contribuir de alguna manera a la próxima conmemoración del V centenario del descubrimiento de América en su dimensión misionera y evangelizadora, brindé a mis compañeros de Junta la primicia científica de la que había sido testigo privilegiado y cualificado alguna hora antes, con la emoción y entusiasmo aún frescos. Se aceptó por unanimidad la oportunísima oferta, que hoy llega a las manos de los estudiosos en forma de libro. D. Justino, amablemente, se empeña en que prologue su edición, y lo hago con inmenso gusto, destacando primordialmente nos hallamos ante un auténtico hallazgo de gran importancia, que desborda anchamente ese cupo esencial de novedad de cualquier disertación doctoral.
Naturalmente, es preciso circunscribir el ámbito del hallazgo. Basta repasar la bibliografía de esta obra y el largo elenco de Códices, editados o inéditos, reseñados por el autor, manejados en sus originales e importantísimas bibliotecas europeas, para darse cuenta de que la peculiar escritura de los indios mexicanos era hecho sabido que, además, había atraído la atención de prestigiosos editores y estudiosos. Tan original sistema de escritura, practicado con singular habilidad por los tlacuiloque (escribientes-pintores) para hacer sus códices (amoxtli) en tiempos precolombinos, fue utilizado más tarde para escribir Anales y hasta Memoriales al Emperador.
Los códices Borbonicus, Magliabecchiano, Vaticanus, Bodley, Kingsboroug, Selden, Vindobonense, … son muestra de ello. Es característica de los mismos la expresión, no por sistema alfabético, sino por dibujos o pictogramas, que J. Soustelle bautizó con el nombre de glifos, por distinguirlos de los jeroglíficos egipcios y chinos. En un extraordinario proceso de aculturación, un humilde lego franciscano, posiblemente primo del emperador Carlos V y misionero en México, logró trasvasar la esencia de su mensaje catequético a esta escritura, para que sus colaboradores catequistas llevasen consigo este librito cuando salían los sábados, de dos en dos, a catequizar a sus gentes. Ya en 1900 N. Sentenach hizo un primer intento de desciframiento en la “Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos”, y a él siguieron notables investigadores como Robert Ricard, Troeyer, Esteve Barba y Navarro. El doctor Cortés califica tal intento fallido y no teme enfrentarse con otros grandes de la investigación mexicana cómo García Icazbalceta y León Portilla.
Como en otros casos análogos de desciframiento de escrituras arcaicas, un innominado llega el feliz hallazgo de lo que enturbió la vista de grandes especialistas. Y claro está, todo resulta claro cuando se ha logrado dar con la clave o las claves del supuesto misterio: misterio y enigma para nosotros, no para quienes se expresaron normalmente por tales procedimientos. Con todo, no hay que olvidar que tales hallazgos no se producen gratuitamente, sino tras afanosa búsqueda y a veces largo y constante trabajo. Y es preciso reconocer que la suerte del hallazgo brilló para el doctor Cortés tras penosos afanes que hacen su labor doblemente modélica, porque su larga caminata intelectual, hoy coronada por el éxito, cuenta con diversas etapas:
Una incitación. El arranque de su estudio nació por incitación de un amigo franciscano, eminente investigador en el tema del jansenismo, el P. Lucien Ceyssens. En sus años lovanienses el doctor Cortés frecuentaba la celda del anciano e infatigable investigador franciscano. En nuestra Universidad masificada y burocratizada, olvidamos muchas veces que aquella vieja definición medieval española de la Universidad cómo “Ayuntamiento de maestros y discípulos”, se debe cumplir también extracadémicamente en esas horas en que el alumno se encuentra desorientado sin saber qué camino científico tomar o parcela elegir para su trabajo: una sugerencia puede ser luminosa, sobre todo cuando la semilla cae en buena tierra. ¿por qué no estudiar e intentar descifrar el pequeño Catecismo de Fray Pedro de Gante? La sugerencia, comprensible color lovaniense, fue aceptada por el alumno, pero pronto se transformó en un reto.
Un reto. La atractiva propuesta, acogida con entusiasmo, generó, tras breves gozos, no leves angustias, porque se presentó erizada de dificultades. El P. Justino es de Puebla, la tierra del Obispo Palafox qué hablaba con entusiasmo del “alma angelical “de los indios, de sus especiales capacidades de intuición, aun ignorando el español u otras formas de cultura. Sabía algo de lengua náhuatl y se puso a estudiarla mejor en su entorno nativo donde la hablan más de un millón de indios. Pudo conocer sus giros y expresiones, para poder penetrar mejor en el misterio de los glifos o pictogramas. Pronto comenzó a descubrir los fallos de interpretaciones muy difundidas y autorizadas.
Con todo, lo no sabido era más amplio que lo sabido. Conoció horas oscuras. Fue individualizando centenares de glifos, jugando con ellos, comparándolos y distinguiéndolos. Encajó la investigación como un reto o desafío: ¿No podría desentrañar en Europa algo que consideraba entrañable y primitivamente suyo, enraizado en su habla y en su sangre? A largas horas de celda ha sumado otras de contacto con los indios, con su pequeño catecismo en la mano, queriendo desentrañar su misterio y desconfiando de las afirmaciones ligeras de los sabios.
Un éxito. Y al fin, llegó el éxito. Numerando pictogramas, comparándolos y distribuyéndolos en idénticos, semejantes y diferentes, en simples y compuestos, estáticos y dinámicos, creyó encontrar tres claves de traducción: La semejanza y hasta identidad de algunos pictogramas con algunos glifos de los códices mexicanos. En segundo lugar, la semejanza y hasta identidad entre los pictogramas y las palabras y frases de los catecismos impresos en España a final del siglo XV y principio del XVI y en México en la primera mitad del siglo XVI, v. gr. La Doctrina christiana breve traduzida en lengua mexicana de Fray Alonso de Molina, la llamada doctrina chiquita de los dominicos, la doctrina tepiton del propio Fray Pedro de Gante, las tres tempranas, breves y traducidas a la lengua indígena. En tercer lugar, la semejanza y hasta identidad entre los pictogramas repetidos que se encuentran en los tres ejemplares conocidos del Catecismo de Fray Pedro de Gante inducen al doctor Cortés a aplicaciones concretas abundantes qué sirven de apoyatura al desciframiento definitivo de esta escritura misteriosa.
El hallazgo, plenamente satisfactorio por lo que respecta al pequeño Catecismo de Fray Pedro de Gante, está llamado a tener más amplias repercusiones en el ancho campo de los códices mexicanos análogos. En efecto, puede ayudar a descifrar grifos de tales códices, a confirmar o rectificar pasadas lecturas, y hasta reconstruir partes mutiladas de otros catecismos. El intento de León Portilla de rehacer una glosa náhuatl de la primera y última página mutiladas de un catecismo en imágenes en la citada lengua, fallido por haber seguido la pauta falsa del célebre Catecismo de Jerónimo Ripalda, introducido mucho más tarde en México, queda subsanado ahora mediante el recurso a catecismos mexicanos utilizados anteriormente.
Si el importante hallazgo del doctor Cortés abre nuevos caminos a la investigación de la literatura escrita mexicana desde un punto de vista formal, no es menor importancia desde el punto de vista de su contenido. Justamente por tratarse de un texto catequético, cuya escritura queda ahora descifrada, su desvelamiento aporta nobles luces sea desde el lado de la historia de la Iglesia, cómo desde la teología, la catequética, la pedagogía y hasta la misma antropología cultural.
El método de escritura empleado convierte en un caso único en la historia de la evangelización el hecho mexicano, con su conjunto de catecismo para incipientes o proficientes, unos en lengua española, otros en la indígena, y otros en ambas. Como método audiovisual el hecho de no escasa relevancia en el campo de la pedagogía, lo mismo que en la anticipación del método de “enseñanza mutua”, atribuido a Bell (1753-1832). Desde un punto de vista teológico, el Catecismo de Fray Pedro de Gante compendia lo esencial del mensaje teológico y lo expresa en lenguaje bíblico. Como método didáctico representa algo novedoso y original y, sobre todo, supone un singular esfuerzo de inculturación, de re expresión del mensaje evangélico en formas de cultura náhuatl, asumiendo el modo natural de enseñanza de los destinatarios y conceptos y símbolos religiosos precolombinos, y haciendo un esfuerzo notable para expresar verdades evangélicas bajo modos de raigambre mexicana, labor especialmente difícil -y logradísima- cuando se trataba de comunicar realidades específicamente cristianas.
En este último sentido, la versión puntual al castellano de lo expresado en pictogramas mexicanos por Fray Pedro de Gante, aparte de valores simbólicos plásticos para los que remito al libro en la imposibilidad de expresarlos largamente, nos ofrece formas literarias bellísimas que refuerzan y abrillantar el sentido originario del mensaje traducido. Las traducciones del padre nuestro o del Ave María nos brindan perlas como las siguientes: “hoy dígnate darnos nuestra tortilla (o tortita) que cada día es necesaria en nosotros… dígnate librarnos con tu mano contra todo lo que no es bueno”… “Oh Santa María, dígnate alegrarte. Tú estás rebosante de gracia. Contigo está el que habla, Dios “. El Credo, el “Yo pecador”, la Salve, nos ofrecen expresiones delicadas de gran resonancia en el alma india. En esta última podemos leer: “Hacia ti suspiramos, los que vivimos en tristeza, los que no hacemos más que llorar aquí en este de llantos lugar desierto. La versión de la doctrina resumida de la fe trinitaria, de los “mandamientos venerados del único Dios” y de “los mandamientos venerados de nuestra madre la Iglesia”, es atractiva en su concisión modulada al aire del alma india.
La breve página de los sacramentos es más sugestiva que la de cualquiera de nuestros Catecismos breves: “aquí se nombran las misericordias de nuestro señor Dios; su nombre, santos sacramentos. El primero, éste: lavatorio de cabeza; su nombre; Bautismo. El segundo, éste: divina fortaleza; su nombre, Confirmación. El tercero, éste: enderezamiento del corazón; su nombre; Penitencia”…. El enunciado de las obras de misericordia, en comprometedora primera persona, es bello en extremo: “Yo daré de comer a los que tienen hambre, a los viajeros. Yo daré de beber agua los que están muriendo de sed, a los viajeros… Yo recibiré en mi casa, tendré misericordia de los pobres… Yo corregiré a los que viven con el corazón extraviado… Mansamente yo sufriré, de corazón, los que nos disgustan”. No se puede leer sin emoción el eco vivo del Evangelio en el alma de los indios: es como si el Evangelio, filtrado por el alma India, nos volviese con nuevas irisaciones matices para cristianizarnos más hondamente a los antiguos evangelizadores del viejo Continente.
La obra de Fray Pedro de Gante se inscribe entre las “huellas profundas que penetran muy adentro en la historia y carácter de cada pueblo”, de que hablara Juan Pablo II en su primera visita a tierras americanas. El Papa quiso seguir, también en afán evangelizador, la ruta que trazaron los primeros evangelizadores en el momento del descubrimiento, visitando Santo Domingo. Y a Fray Pedro de Gante, entre otros, cuadra perfectamente el elogio que dibujara el papa de aquellos evangelizadores:
Aquellos religiosos que vinieron a anunciar a Cristo Salvador, a defender la dignidad de los indígenas, a proclamar sus derechos inviolables, a favorecer su promoción integral, a enseñar la hermandad como hombres y como hijos del mismo Señor y Padre, Dios. Es éste un testimonio de reconocimiento que quiero tributar a los artífices de aquella admirable gesta evangelizadora, en esta misma tierra del nuevo mundo donde se plantó la primera cruz, se celebró la primera Misa, se recitó la primera Avemaría y de donde, entre diversas y vicisitudes, partió la irradiación de la fe a las otras islas cercanas y de allí a la tierra firme
Juan Pablo II, Mensaje a la Iglesia de Latinoamérica (Madrid, 1979, pp. 10-11)
El catecismo en pictogramas, maravillosa obra de un franciscano lego, fray Pedro de Gante, sitúa privilegiadamente al libro y autor entre los “artífices de aquella admirable gesta evangelizadora”, tan justamente reconocida y ensalzada por Juan Pablo II. En tal obra se prolonga el milagro pentecostal en que el mensaje se expresaba “en lenguas extrañas”. Sólo que el Espíritu Santo no otorgaba a fray Pedro de Gante la facultad visita de ínsita de expresarse en ella, sino que lo empujaba a aprenderla pacientemente para que Cristo se expresara en náhuatl y el mensaje que dará codificado en glifos extraños a los cristianos del viejo mundo, como en un Pentecostés tardío.
Salamanca, 18 de mayo de 1986
Fiesta de Pentecostés
J. Ignacio Tellechea Idígoras
Universidad Pontificia de Salamanca